Roma empleó desde siempre la adivinación como un elemento político, así como la religión, de manera que a través de ellas controlaba a su población y la juzgaba en caso de que fuera necesario. (Haga clic en el título para ingresar en el artículo) En Roma religión y política fueron siempre de la mano ya que la religión constituía una de las bases de la sociedad romana y una de sus señas de identidad. Además, se distinguía entre la esfera de las creencias privadas y de las públicas, siendo esta última esfera la que tenía una enorme relación con la política. Un romano podía no creer en los dioses, pero debía respetar la religión estatal. Así, la religión se empleaba como un medio político para conseguir cohesión social y estabilidad, no sólo como un sentir espiritual. Se llegaron a admitir en la religión tradicional politeísta romana nuevos cultos, siempre y cuando no supusieren un peligro para la estabilidad y la seguridad del estado. A Roma no le importaba tanto a quien adoraban los nuevos cultos que entraban bajo sus dominios, sino qué peligros podían suponer para el estado. Así observamos, por ejemplo, una continua prohibición/asimilación de los llamados cultos mistéricos, ya que estos al principio podían transgredir la seguridad de Roma, por lo que no se aceptaban hasta que Roma no los había controlado. Vemos, por tanto, como no era un problema tan relacionado con las creencias de cada cual el de la religión de Roma, sino el peligro que estas creencias podían tener para Roma, y sobre todo el peligro político que la forma de realizar sus cultos podía tener. Esto se observa muy bien en el Bajo Imperio, cuando a partir de Constantino se comienzan a prohibir las prácticas adivinatorias. La adivinación era peligrosa y una enorme arma política. A través de la adivinación se podían pronosticar muertes de emperadores, usurpaciones, victorias, etc., con el juego político que podía dar esto y el riesgo que conllevaba para aquel que en la adivinación pudiera pronosticarse que atentaría contra el estado. Los adivinos, además, ponían un alto grado de subjetividad a sus predicciones, lo que no ayudaba a que este fenómeno perdiera ese carácter interesado que veníamos mencionando, aportándole ese tinte político y confabulador. Como dije, a partir de Constantino, con los primeros emperadores cristianos, que aparecen en el siglo IV, empezamos a ver una prohibición de estas prácticas adivinatorias, sin embargo, podemos observar aún así, como hasta con los emperadores más duros con las prácticas paganas, entre las que se encontraba la adivinación, como el emperador Constancio II, hay una permisividad en la actuación de aquellos adivinos que actuaban a favor del emperador, lo que se puede ver en la Res Gestae de Amiano Marcelino, mientras que la legislación que emanaba de estos emperadores cristianos llegaba a penar con la muerte no solo a los adivinos sino también a los consultantes. Con Teodosio I cualquier práctica pagana sería prohibida y perseguida y con ellas la adivinación.
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